Arica– Chile 10/07/24
“Flama evasiva, extensas y hondas tinieblas, luz en el cinabrio, obsidiana eterna en callejones y veredas, convulso exilio, trama y lema en eterno quebranto. Mirlos en equidistante templo, inquietas ascuas en tórrido viento, esquirlas y huesos en total caos, estática clepsidra, llantos y quejidos atrapados en un tiempo quebrado, vaivén de las horas quedas, ateridos en la extensión yerta, trazo en copal y amortajados anhelos. La Muerte se yergue, impávida, atrapando y lacerando alwes indomables y vacías consignas. Dresden asolada, extraviada y también saqueada. Mirada esquiva en la losa cansina, evidente en los ilegítimos apremios, turbada y convexa en la tierra asolada. Evidente en la evocación eterna, trazo en incorrupto lienzo, trágica historia y maltrecha leyenda. No se extravía, ya que existe en la voz de los exiliados.
Maltrecho, expuesto a la inclemente soledad, en franco desdén, el templo existe y subsiste. Cuajado ajenjo en oxidado cáliz, elevados anhelos en absenta, vitrales quebrados, luz torcida y evasivos mirlos. Muros y tabiques que excretan acre temor, bancos y lienzos en tinta y tizne, honda trama en la insondable oscuridad, venas y vetas que enloquecen o extravían, extrañas y vibrantes hifas en cuarto oculto y un libro que es exilio, travesía o algo más. Recelo en la tosca tierra, en las estatuas laceradas, en la cruda existencia, en las veredas y encrucijadas quedas.
Multitud que explora y evoca, traza y libera, evidencia y saquea. Extraña que es vieja luz, envuelta en túnica, velo y toca, cinabrio en la obsidiana y voz en las tinieblas. Mirada incógnita, lejana e inflexible. Nívea faz, trazo de jade y tenue rejalgar, velo y trenza en infinita trama, excelsa e inquieta, en la luz de los viejos tiempos.
– Hemos llegado. Hallaremos luego el viejo libro.
Metálico baúl, extraños trazos en el óxido viejo, falto de cerradura, custodia el vetusto libro. Muchos lo anhelan y otros, lo aborrecen. Es el sino de la verdad escondida.
– ¿Es el libro que buscamos, Maestra?
– Exacto, hijo. Es el Libro de los Mensajeros (Mala’ikah) Exiliados.
Estruendo y eterno eco, lluvia en cuarto oculto, tinieblas y extraños vahos, extenso libro y ocre hojas.
– Las tinieblas y el temor se avecinan. ¡Tomad el libro!
Copal y hojarasca en las confusas hojas, trazos y versos en tinta o hulla, tablas elípticas y abstrusos esquemas, que explican la exacta esencia de los Mensajeros. Ezequiel lo explica y también lo vela. Enlazados vitrales, convexo caleidoscopio, tramas y trazos vivientes, que evocan hondos anhelos o insondables temores. Mil voces en una sola y estática voz. Muchos en uno y Uno que es multitud.
– Evade temores y elucubraciones, expresando un viejo Mandato: No intervenir en la limitada tierra.
Maltrecho templo, estático tiempo, voces e inquietos mirlos, tinieblas y quebranto en el vasto firmamento, interminable exilio, güestia silente, y un tosco libro que huye de Europa.
– Moran en la Tierra los Mensajeros Exiliados.”
La Muerte, impasible, extiende su existencia, eleva vidas y trastorna tierras. Excelsa en los vientos, en la quebrada silenciosa, en los tóxicos vahos, en la súplica lastimera, en los trashumantes extraviados. Forja abstrusas Comalas, traza vastos Estecos y explica interminables travesías. La Luz anhela en la vertiente oculta, en el salino viento, en la yerma Huara y en las vetas y venas que os trazan.
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