Sitio señalado para expresar la voz de los Señores Antiguos, cuya sede se encuentra en Arica-Chile.

miércoles, 31 de enero de 2024

Ars Maquia p. XI

Arica– Chile                                                                                                                                                               29/01/24

Fatuo en la esquiva luz, tinieblas y abrojos en la inexorable tierra, vetas y venas en tóxica alianza, yesca y avieso copal, acre cinabrio y maligna hiel, y torcidos anhelos que exigen justicia o venganza. Murallas y viento de hojarasca, vástagos ocultos y silentes hifas, ocre savia y hondos lamentos, exilio a cal y canto. Cicuta en los turbios afluentes, en la infinita memoria, en las interminables escalinatas. Mundo que existe en la cifra de otro tiempo, en los intersticios evolutivos, en el envés de todos los anversos. Hondas fosas y cieno atormentado, tejido e inquieto dosel, trenzas y arterias que todo envuelven o extinguen, credo y vaho en la calcinada tierra, alwes y leyendas en las atestadas tumbas, trozos o trazos de hueso; y lejos, en lo abrupto e incierto, la vetusta vivienda trama evasiones y atrocidades. Eterno trapezoide que existe en los confines de la tierra, que W. H. Hodgson tan bien describe. Múltiple en la multiplicidad, trama en todas las vías y encrucijadas, caleidoscopio inclinado que todo tuerce o extravía.

El Fatuo, extenso en las muchas Comalas, en las infinitas tierras solitarias, en los tiempos entretejidos, exclama:

– ¡Despertad! Dejad el maltrecho osario. ¡Exigid vuestra venganza! Colmad el vaso de la ira. Dejad la tierra sin vida y anhelos. ¡Levantaos! ¡Exigid lo convenido, lo inexorable, lo malsano!

Muda vivienda queda, en la vera de otro misterio, invisible y evidente, lúgubre y extrema, en eterna metamorfosis, quebrando la vida e invocando la Muerte. Muchas vías e intersecciones concluyen en la oxidada y aviesa Poveglia.

– ¡Despertad, inquietas tinieblas! ¡Volveos inexorable venganza! ¡Sed la Muerte encarnada!

Mirada extensa, tasca de carretera, testaruda farola, hiel y hedor, vetusto reflejo en el quebrado y hondo espejo. Múltiple, evidente, otro en otro, alwe enlazada a un turbio credo. Muchas existencias y una sola travesía. Muchas vidas y un solo anhelo. Muchos extravíos en la soledad de la oscura carretera. Medianoche en la quieta tierra, en el oxidado sextante, en la tasca atestada, en la malsana travesía.

– …si miras al abismo, el abismo devuelve siempre la mirada.

Mirada torva, turbias ideas, trazo en el copal silencioso, cinabrio y cuajo, en aflicción y muy herido. Fatuo envanecido, quedo evidente, acre luz, que el vacío explaya y tuerce. Mas otra vida se limita si lo exige la voz de la absenta.

– Me extiendo en otra alwe, y la travesía continua…

– Mirad el cincel y la tinta que traza. Ellos existen muy lejos, en el vacío que explaya el irascible espejo.

Evidente en la luz que tiembla, en el lejano eco, en el húmedo suelo, en el titilante espejo. Externo, luz que teje o hilvana eventos, viento que traza voces y credos, crisol que todo sublima. Monje que existe en todas las existencias, en todos los tiempos, en todas las travesías, en todas las carreteras.

– Fatuo, entre la vida y la muerte, vuestra travesía ha terminado. Retornad a la correcta senda.

– ¡No! Mi compromiso es inquebrantable. Me expresa y traza Ayla.

– Ella es solo la luz que bifurca la absenta. Miraos en el tosco espejo. Muchas tinieblas y todas son Ayla.

El Fatuo contempla su legado. Muchas existencias quebradas, torcidas o exiliadas. Esquivo atisbo, inconexa travesía, infinita atrición y vasto olvido. Maldad y hondo yerro, testamento y Hechos 13:11, valor y equilibrio. Mirada oculta y oscura, voz difusa y alwe en vaso canope.

– ¡Despertad!

Mirada escueta, hálito alcohólico, otro y leve, externo y lejano, que vuelve a la vida.

– ¡Vamos! Pronto llegaremos a Valparaíso.

Monje en la luz intermitente, en la lluvia que no existe, en el vaho que lento se esfuma.

El Misionero, luz en la obsidiana, extiende su voz y anhelos:

– ¡Despertad! Elevaos, porque el tiempo es ahora. Fatuos, heredad de Fausto, ya transitan las infinitas sendas. ¡Enceguecedlos!

Sin más deciros, J 25 A.

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