Arica – Chile 15/05/01
“Obvié las súplicas de los aldeanos. Varias veces me pidieron con toda el alma que a aquellos parajes no me adentrara. Sin embargo, yo, hombre blanco, deseché sus vanas supersticiones. Creencias de seres que aún no han vislumbrado lo que es la civilización.
– ¡Vuelvan a su choza, torpes negros! ¿Acaso no saben que sus tierras pertenecen a la corona británica y, por tanto, libre por ellas puedo vagar? Son seres estúpidos y supersticiosos. Y por eso bajo mis botas yacen.
Y partí a aquellos lugares solitarios, donde ningún hombre blanco ha llegado.
El primero seré, pensé para mis adentros.
He avistado aquellas tierras. Algo, algo indefinible y sórdido, se oculta detrás de aquella meseta. No acierto a descifrar qué es. Mis sentidos se nublan. Trato de arrancar. Trato de gritar. Mas mi voz ya no es mi voz. Me siento caer, me pierdo en indecibles tormentos, en tierras pobladas de seres inimaginables, donde el terror es amo absoluto.”
Así fue el final de aquel británico, extraviado en las áridas y secas tierras africanas (1).
“Tierras oscuras, tierras donde almas sin nombre vagan. Trato de huir de aquellas almas, mas mis huellas encuentran. Por doquier las encuentro, incluso en cantinas de mala muerte y en antros concurridos.
Están en mi mente, en mi voz, en mi actuar. Tengo la certeza de que ya no soy yo. No sé en qué oscuros abismos mi alma perdí. No sé en qué tierras ignotas deambula mi alma.
Estoy vivo mas es como si no lo estuviera, pues al cerrar mis ojos veo mi interior, y lo hallo desolado y tristemente lóbrego. Me perdí, sé que me perdí, mas no sé dónde ni cuándo.
Cierta tarde –¿o habrá sido cierta noche?–, mi hermana –¿o habrá sido mi amada?– me preguntó quién era realmente yo. Y mi voz sonó con otra voz e intenté reprimirla, pero fue en vano. Dije que era uno de aquellos que en las arenas del Sahara su camino extraviaron. Después me contradije, y murmuré que era uno de aquellos atrapados en las tinieblas.
Verdaderamente, no sé quién soy o quién tengo que ser. No sé si este calamitoso estado algún día concluirá. A Dios suplico que así sea, si es que verdaderamente Dios existe. Y si no es así, mi alma estará condenada por toda la eternidad. Quizá sea el precio que deba pagar por haber matado tantos negros. No lo sé. Verdaderamente, no lo sé.
Ahora me viene a la mente lo que uno de esos negretes me dijo:
– Amo, no busque las tierras de los Antiguos, son peligrosas.
¿Quizá habrá sido aquello lo que mi vida trastornó? ¡Bah! Tonterías de negretes, simples escorias de la humanidad.”
Es evidente que las tierras perdidas halló. Mientras su cuerpo moraba en un asilo olvidado, su alma vagaba por extensas tierras de luz y oscuridad.
Sin más deciros, J 25.
(l) Este desafortunado suceso acaeció en las tierras oscuras de Sudán.
S D 20/05/01
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