Sitio señalado para expresar la voz de los Señores Antiguos, cuya sede se encuentra en Arica-Chile.

lunes, 20 de febrero de 2012

Amanecer p. IX

Arica – Chile                                                                                                                                                              01/02/12

Rauda, la joven atraviesa el callejón, y lejos gastadas voces se extinguen. Sabe que otros la siguen, la buscan, la anhelan. Sabe que es menester atravesar aquel oscuro laberinto, para evitar miradas de acecho.

Sube por una calle empinada, a los lejos viviendas dormidas destilan soledad y desvarío.

Comienza a llover, nerviosamente. Aguas oscuras destrozan senderos y vidas. Se cobija bajo un letrero oxidado. Tiembla. Se asusta. Abandona la seguridad, y con su exilio continúa, evitando callejones y calles concurridas.

­– Los presiento. Sí, los presiento. Sé que se acercan raudamente.

Golpea una puerta, y sólo el silencio contesta su desesperación. Corre. Y luego tropieza, cayendo de bruces al suelo. Magullada, desolada, intenta levantarse. Sin embargo, algo le impide hacerlo.

Algo, o quizá sea alguien, la mantiene atrapada en aquel sitio. Y no tan lejos, las voces se vuelven cada vez más y más tangibles.

Y leve de alma, recuerda la situación que la condujo a aquel calvario. La recuerda como si hubiera sido ayer, mas décadas han pasado.

Rehusó seguir los dogmas de su extraviada fe. Rehusó vestir de tal o cual manera. Rehusó casarse por conveniencia. Rehusó ser un simple objeto decorativo, y reclamó sus derechos como persona.

Sin embargo, en aquel sitio y siglo, su voz es olvido y sus actos, blasfemia desmedida.

Y huyó de aquel joven que sería su consorte. Y abandonó su religión, sus leyes, su familia y todo aquello que la limitaban.

Y ahora yace abatida, magullada, mojada, esperando a aquellos que la buscan. Está cansada de huir, está cansada de surcar tantas tierras, está cansada de ser una nómada sin religión ni bandera.

Aparecen aquellos que la buscan. Cruzan miradas. Sin embargo, su sombra no develan, su voz no ahogan, su cuerpo no laceran.

Besa el suelo, y agradece la venia de los Señores de su casta. Les agradece una y otra vez por aquella bendita ayuda.

Se levanta, alisa su ropa, estruja su cabello, seca la tristeza de su cara, y continúa.

Sin embargo, antes de siquiera dar un paso, una voz la vuelve a la realidad. Y todo aquello se esfuma, y regresa a este sitio y tiempo.

No es aquella joven extraviada. No huye por la vida. Se encuentra postrada en cama, conectada a mangueras y sujeta con arneses. Es un anciano, moribundo, que recuerda algo que quizá nunca ha vivido.

Y la joven retrocede, y se enfrenta a aquella voz, y contempla una sala de hospital, donde un decrépito señor trata de asir con trémulas manos algunos retazos de vida.

Y grita, y cubre su cara, y dice desconsolada:

– Si ese es mi sino, prefiero vivir esta miserable existencia. Prefiero fenecer en esta tierra.

Y sujetan sus brazos, y rodean su cuello, y amordazan sus ideas. Sí, la han atrapado. Su castigo evidente será, y aquella visión jamás existirá.

Así vuestras almas y sentencias se encuentran. Surcan eras y ciclos que quizá sean verdaderos, que quizá sean virtuales. Y lo venidero expresará el ayer, y viceversa. Por tanto, después de Amanecer viene Crepúsculo, y se evidencian venideras variables.

Todo se dilucidará allá donde las tierras, las aguas y los vientos se vuelven extensos. Y desde aquel sitio valores y verdades expresaremos, para aquellos bionautas que la senda prosigan.

Y en Taltal se expresará el ayer, cuando el Crepúsculo evidente sea. Y Taltal enlazará aquellas tierras que se olvidaron, y Chañaral oculta un secreto que en Ilo se develará.

Analizad este escrito, y algunas verdades descubriréis. Verdades que algunos presienten, y otros olvidan.

¿Quizá valores similares expresáis en otras coexistencias? ¿Quizá vuestras almas surcan una y otra vez las diversas tierras de aquí y de allá?

Y más allá de Abraxas, y más allá del faro de Finis Terrae, una voz se expresa en tierras, vientos y aguas.

Sin más deciros, J 25 A.

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