Ilo – Perú 03/02/12
“Lleva varias horas de viaje, y aquel oscuro sendero todavía no acaba. Un sendero sinuoso, a veces torcido y sin sentido, el automóvil cruza, raudo y leve.
Todavía faltan algunos minutos para llegar a su destino. Cansado, busca alguna emisora de radio, para vencer el sueño que lo quiere inundar. Sin embargo, en aquel vasto desierto y a esas horas de la noche, sólo escucha voces sordas.
El viento azota su cara, trayéndole voces, aromas y recuerdos de tierras lejanas, quizá de aquellos asentamientos que se extinguieron siglos atrás.
– Sufrida tuvo que haber sido la vida en las salitreras – cavila el hombre.
Sin embargo, a pesar de la edad, a pesar del sedentarismo, a pesar de los días amargos que ha pasado, la pericia de conductor aún conserva.
– Si hubiera muerto en aquella curva olvidada, jamás nadie se habría enterado – lamenta.
Lejos aprecia casas y mediaguas en desordenada distribución. Se alegra un poco. Sabe que ya está llegando a su destino.
Aunque sea tarde, irá a la gasolinera más cercana, y comprará cigarrillos y algo para beber, quizá una gaseosa o algo más fuerte. Ojalá que su amigo esté de turno, para intercambiar algunas bromas y/o anécdotas.
Detiene el automóvil, y un hombre de pelo cano, barriga abultada y toscas manos, lo saluda.
– ¿Necesita combustible, señor? – pregunta el hombre, mientras se alisa el bigote cano.
– ¿No me reconoces, hombre? Tres días he estado ausente, y ya me has olvidado. ¡Vamos! No bromees. No me resulta graciosa tu broma.
Y el hombre se acerca para mirarlo mejor. Sacude la cabeza, y exclama:
– Señor, verdaderamente no lo conozco. Y tampoco suelo bromear con mis clientes.
Enojado, abre la puerta del automóvil. Se yergue, y se aproxima a aquel hombre. Lo mira fijamente a los ojos, y le dice:
– Soy yo, soy tu amigo, hombre. Soy…– y el viento oculta su nombre.
Aterrado el hombre retrocede, balbucea algunas palabras, que dejan atónito a nuestro conductor.
– Él murió hace diez años: una curva maldita reclamó su vida. Señor, no juegue con eso, no juegue se lo pido. Lo estimaba demasiado, y lo conocía muy bien… Y usted, no es él.
Y abre los ojos. Se estremece. Se acuerda del oscuro sueño. Sujeta el volante, y evita la curva peligrosa.
– Si hubiera muerto en aquella curva olvidada, jamás nadie se habría enterado – masculla, tembloroso.
Y una y otra vez, repasa aquel sueño. Si no hubiera sido por aquella extraña visión, otra sería la historia.
Llega a la gasolinera, busca a su amigo para narrarle aquella extraña visión. Sin embargo, lo saluda otro hombre de pelo cano, barriga abultada y toscas manos.
Le pregunta por su amigo, y aquel hombre lo mira con desdén. Insiste. Y con tristeza le cuenta:
– Murió hace diez años, señor. Fue atropellado en este mismito lugar, por un conductor que se quedó dormido al volante.
Tartamudea, tiembla, retrocede, y pregunta:
– ¿Y qué fue de aquel que lo atropelló, señor?
– Se dio a la fuga, y más nada se supo.
Y abre los ojos. Se estremece. Se acuerda del oscuro sueño. Sujeta el volante, y evita la curva peligrosa.”
Así algunos de vosotros os habéis vuelto, surcando diversas y extrañas sendas, hasta que vuestras almas regresen a la verdadera.
Y Chañaral debe preservar lo venidero. Sin embargo, se debe surcar el ayer para descubrir el sendero que se olvidó. Y solamente aquellos que aquel sendero diluciden, sabrán de qué estamos hablando.
Quizá volvisteis a Chañaral para exterminar un evento anterior. Quizá volvisteis a Chañaral para reparar un evento venidero. Solamente vuestra alma sabrá.
Y más allá de Abraxas, y más allá de vuestras cavilaciones, un axis aguarda, oculto entre el cielo y el mar.
Y el Crepúsculo se escribe en Ilo, y pronto se develará más. Seguid es vuestro sino y vuestra verdad.
Y mañana os diremos más, antes que emprendáis la retirada.
Sin más deciros, J 25 A.
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