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domingo, 3 de octubre de 2021

Ars Antiqua p. IV

Arica – Chile                                                                                                                                                              26/09/21

En los lindes del hastío, en inversos territorios, en los reflejos de la soledad inmensa, en interminable carretera, el Chevy se desplaza raudo y seguro.

1979. Cuatro diligentes, anhelos eternos, trazan su verdad en lejana carretera. Hijos de la milicia, heredad castrense, savia antigua, anhelan aventuras y travesías elevadas. En los territorios inexorables, en las Tierras que menguan, en las sendas de salitre y tristeza, anhelan la voz que el ayer oculta.

Invocan a los extraviados, a los muertos en batalla, al linaje olvidado de la Guerra del Pacífico. Un testimonio, un legado, una voz silenciosa, una historia no develada. Cualquier vestigio que los haga evocar los tiempos antiguos.

1879. Malherido, sudoroso, entre la soledad y la tristeza, el veinteañero silente, el tejedor de anhelos, entre salitre y sangre, evoca su estadía en la capital. Muchacha lejana, cortejo libre, algunas misivas y un compromiso nupcial. Mas la verdad se teje torcida. Hebra tras hebra, momento tras momento, una fotografía deslavada, la vida lo olvida y la muerte lo reclama.

1979. El muchacho, tejedor de lides sin sentido, en el reflejo de la tarde silenciosa, en las veredas del Tiempo esquivo, anhela las lejanas Tierras. Evoca lo antiguo, lo olvidado, lo que trasciende.

Lejos divisa una silueta dispersa. Entre tamarugos torcidos, vetas de salitre, letreros oxidados e historias muertas, una figura difusa se asoma y aprecia. Soldado solitario, malherido, en andrajos, fotografía en mano, soledad recalcitrante y anhelos expuestos.

Tiempos convergen, almas se comparten, Tierras se entremezclan en la cifra del segundo eterno. Lienzo expuesto, verdades que rehúsan el olvido, un linaje inexorable que mengua en el silencioso y seco desierto. Lazo antiguo, almas en sintonía, anhelos que trascienden y una historia de amor que jamás se olvida.

Ningún dejo de asombro entre ambos. Natural, exento de conjeturas y cuestionamientos. Es y no más.

– ¡Hola! ¿Eres de la capital?

– Sí. De allá soy. ¿Tú también?

– También…pero no volveré. Mi muerte está pronta. Por eso quiero que me hagas un favor... En el reverso de esta fotografía está el nombre de mi amada y el lugar donde vive…Por favor, cuando vuelvas a la capital, dile a ella que jamás la olvidaré, que siempre será el amor de mi vida.

– Pero…Esta mujer es la madre de mi padre: mi abuela…

– ¿Otra vez hablando solo? Mejor volvamos al hostal. La cena está servida, y no olvides que la casera es bien malhumorada.

Luego de la cena, los jóvenes discuten la insólita experiencia.

– Deja masticar tu revelación… ¿Te encontraste con tu abuelo, muerto en batalla hace muchos años? ¿O me equivoco?

Mujer adusta, tez canela, muchos quehaceres e historias inconclusas. En la verdad de la revelación, se explaya sin aspavientos.

– Dejen que lo muertos velen a sus muertos. No se entrometan en sus tierras.

– Muéstrame la fotografía.

Mujer atrapada en ocre y sepia, triste y solitaria, vestida de lino y encaje, atenta y ligera, inmortal. Espera y anhela a un hombre que nunca volverá.”

1879. En la soledad del desierto, entre tamarugos torcidos y vetas de salitre, el soldado malherido, ligero en su totalidad, exclama: «El amor vence la guerra... ¡Mi amor por ti jamás se olvidará!»

1980. El joven silente, morral ligero, lejano a la milicia, en extensa carretera, aguarda un aventón. Contempla los lejanos y torcidos tamarugos, y dice: « ¡La travesía del alma continúa! »

Sin más deciros, J 25 A.

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