Sitio señalado para expresar la voz de los Señores Antiguos, cuya sede se encuentra en Arica-Chile.

martes, 19 de enero de 2016

Adviento p. III

Arica – Chile                                                                                                                                                              02/03/12
  
Una verdad que susurra y una historia plagada de líneas y frases torcidas.

Blande, nervioso, el acerado cuchillo. La alacena abierta de par en par. Vajillas y cacerolas por doquier. Trabajo inconcluso.

– ¡Maldición! Está por llegar, y todavía no termino.

– Me prometiste una velada a la luz de la luna. Tú y yo solos. ¿Te acuerdas?

– Me acuerdo. La próxima semana. Espera un poco más. Termino este maldito informe, y tendré más tiempo para ti. Te doy mi palabra. Jamás te he fallado ¿o sí?

– El trabajo, los niños, la hipoteca, los cheques impagos y mucho más, me tienen hastiada y quejumbrosa. Necesitamos tiempo para nosotros. Empecemos hoy que mañana puede ser demasiado tarde.

– Iré a comprar para la velada: champaña, algunas velas y otras cosillas. Te sorprenderé. Vuelvo pronto, mi amor.

Un brillo lánguido lo regresa al presente. Las nueve y tanto. Está a punto de llegar.

Una voz quiebra el silencio. Tiembla y retrocede.

– ¿Quién eres y qué haces en mi hogar?

El hombre lo mira fijamente. También se muestra extrañado. Toma un poco de aire. Mira a su alrededor. Lentamente se levanta del confortable sillón. Deja el libro que estaba leyendo en una mesa. Alza la vista y lo mira nuevamente.

– ¡No, no, no! ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué invades mi hogar? ¡Explícame!

– Te pareces mucho a mí. ¿Quién eres, un impostor? ¿Intentas expropiar mi vida? ¡Contesta, maldito!

– Tú eres el impostor. Sal de mi hogar o te mataré sin miramientos.

Un estallido seco y un brillo lánguido. Muertos, extraviados en un vasto silencio.

– ¿A qué hora volvió a la casa, señora?

– A medianoche. Volví temprano porque teníamos un compromiso. Una velada romántica o algo por el estilo. Pero no había nadie en la casa.

– ¿Y sus hijos?

– Fueron a pasar el fin de semana a la casa de mi madre. Queríamos estar un tiempo a solas. ¿Es comprensible, señor?

– ¿Este revólver está inscrito? Le falta una bala. Será peritado.

– Es de mi marido. Él tiene los papeles al día. Por favor, encuéntrelo. Mis hijos preguntarán, indagarán, y ¿qué les diré?

– ¿Revisaste todo ya?

– Sí, señor. Nada extraño. No hay señales de violencia. No han forzado ni puertas ni ventanas. Todo está en orden. ¡Ah! Encontré este libro en una mesa, junto al sillón del living.

– ¿Su marido es dado a la lectura, señora?

– Detesta la lectura. Dice que es una gran pérdida de tiempo.

–  El jardín de senderos que se bifurcan. ¿Borges? No lo conozco. ¿Quizá un escritor de poca monta?

– No me interesa. Sólo quiero que mi marido regrese lo antes posible.

– Tome algo y vaya a descansar. La mantendremos informada. Descanse, por favor.

Un brillo lánguido lo despierta. Las nueve y tanto. Está a punto de llegar.

– ¡Menudo sueño! Me mataron. Una estocada justo en el corazón. Espera. Mi agresor también murió. Disparo a quemarropa. Muy parecido a mí. ¿Un impostor o un hermano perdido? Extraño. Mejor reviso mi revólver.

Se dirige al living. Abre una gaveta, extrae el revólver y lo revisa minuciosamente.

– Falta una bala. ¡Dios mío! No fue un sueño. ¡Maté a un hombre!

Esconde el revólver y luego revisa el sillón.

– ¿Mi libro? ¿Dónde está mi libro?

Tiembla y recuerda lo último que leyó: «Todo es infinito».

Aún no se ensambla el Teseracto. Mas algunas señales os entregamos.

Los que han vuelto tienen que indicar si son dignos de proseguir en el sendero. Han surcado otras tierras, sendas y vidas. Mas no es suficiente si quieren volver a los axis.

Volverán al Tiempo de los Elías. Regresarán para corregir algo y mucho olvidar.

Las que existen más allá del Alicanto, realizarán el Temple la próxima semana. Después del crepúsculo y antes de la medianoche, en el Llano de Varas, su alma expresarán. Sabrán de sus afanes y temores.

Todavía Crepúsculo persiste en la Tercera Alma. Todavía persisten los que se han extraviado.

Una voz llegará de lejos, anhelando vuestro auxilio. Esperad.

Sin más deciros, J 25 A.


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