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martes, 1 de enero de 2013

Melancolía p. VI

Arica – Chile                                                                                                                                                              24/07/11

Viento suave, oscuras sombras a lo lejos y tristeza filtrándose en las almas. Y una soledad extrema que cruza todas las vías y senderos de esta limitada existencia.

Atraviesa la calle y fulgores difusos le devuelven sendos graznidos. Sin embargo, todo aquello le es lejano. Sólo quiere regresar a su departamento, sólo quiere cerrar la puerta y olvidar sus desvaríos y tristezas.

Sube raudo las escaleras. Dentro del edificio la lluvia, lenta y silente, cae y cae. Y secas hojas lo envuelven de improviso, y voces sombrías escucha:

«No olvides, no olvides. No atravieses, no atravieses.»

Llega a su departamento. Busca sus llaves, y lejos resuena una canción en un gramófono gastado.

Y tararea en silencio aquella vieja canción que fue clamor de lucha y voz de vida en la última guerra. No recuerda a ciencia cierta cuándo culminó aquella guerra ni cuando comenzó la ley marcial.

Ingresa a su departamento, y la soledad y la oscuridad lo rodean. Deja la gabardina húmeda sobre la mesa, y descansa un rato sobre el sofá.

Toma un poco de aire, repasa sus pensamientos, recoge algunas colillas de cigarrillo y las arroja al cesto de la basura.

Nuevamente se sumerge en sus pensamientos, mientras revisa los últimos sucesos de la semana en el periódico del día: genocidio en un remoto poblado de África, elección de un presidente albino en un país sudamericano, posibilidad de voto de las mujeres, veto a la iglesia y otras tantas noticias.

Con una mano se alisa el pelo, y luego busca algo en la nevera, mas sólo encuentra una tarta reseca y una amarga gaseosa.

Trata de recordar, trata de recordar lo que no debía olvidar. Y recuerda la última semana que pasó en los suburbios. Y recuerda el tedio de su mediocre trabajo.

Sin motivo aparente un agudo malestar lacera su costado. Rápidamente, se dirige al sanitario, olvidando sus cavilaciones.

El reflejo del espejo le devuelve una sonrisa malévola. Entorna los ojos; y, lentamente, vuelven sus recuerdos.

Recuerda aquella tarde de rojizo firmamento, y aquellas luces que desde la lejanía lo miraban, impasibles y quedas. Recuerda la voz de su mujer, el aroma de las flores del parque y el sollozar de un niño por haber extraviado su pelota.

Recuerda que todo se volvió rojizo y extenso, que todo se volvió inverso.

Vuelve en sí, seca el sudor de su frente, aclara la vista, y contempla aquel rostro que le devuelve la mirada.

El miedo surca su alma, y comprende, y la realidad se le vuelve certera.

Aquel, aquel que lo observa más allá del bruñido espejo. Aquel hombre de sendas arrugas, rostro demacrado, tez cobriza, cabello ceniciento, no es, no es él.

Se arrodilla, derrotado, con lágrimas en los ojos, tembloroso y desolado. Y a lo lejos escucha –o cree escuchar– aquellas voces quedas:

«No olvides, no olvides. No atravieses, no atravieses.»”

Así develaréis un secreto que susurra en los lejanos desiertos, y que es aliento de Nocturna y esencia de Melancolía.

Aquel que se autoexilió tendrá que ir una vez al mes a aquel lugar donde almas y sentencias se olvidan y recuerdan, hasta que el fulgor de su alma encuentre. Sin embargo, puede asistir a los eventos siempre y cuando el Alma Grupal lo decida. Y también advertimos que se avecinan eventos que al Alma Grupal pondrán a prueba.

Y Toquepala aguarda en la lejanía y el destino ya está definido. Por tanto, seguid en aquella encomienda.

Y más allá de Finis Terrae otro axis se expresa. Axis que en la soledad y en la lejanía se extravía, anhelando a los venideros bionautas.

Todo axis se debe activar el segundo sábado o domingo del mes designado, y antes del crepúsculo, y sólo deben asistir aquellos que ya os hemos dicho.

Y aquel axis de tiempos y olvidos reposa en el Llano de Varas, y pronto diremos más.

Sin más deciros, J 25 A.


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